UNA NUEVA FORMA DE PENSAR (Las dictaduras democráticas del siglo XXI)
Es cuestión de unos años; pocos, no muchos;
los suficientes para que, los que ahora son niños y adolescentes, hayan absorbido
todas las máximas que atesoran las nuevas mentalidades supuestamente
libertadoras; las actuales corrientes de “justicia popular” van a venir a
salvarnos a los pobres mortales “anticuados” de nuestra mediocridad, de todos
los errores que hemos cometido en más de dos mil años de civilización. ¿Y cómo
lo harán? Muy sencillo. En primer lugar –ya lleva algún tiempo sucediendo-
dictando lo que la nueva ética considera aceptable. Antes, los ancianos eran
los sabios de la tribu, de los pueblos, en los puestos de dirección en las
ciudades. Hoy en día, los que tenemos más de cincuenta somos una especie de “vejestorios”
que todo lo que pensamos o decimos resulta sospechoso y arcaico. Se está
imponiendo una moral globalizadora que va dictando una serie de normas de propagación
que, quien no las acate, es un elemento sospechoso de machismo, racismo,
xenofobia y otras lindezas. Así, en pos de nuestro bienestar mental, ha
comenzado una cruzada contra el arte. Sí, contra el arte. No me he equivocado
al escribirlo. Una campaña mundial en contra de la manifestación más singular
que tiene el ser humano y lo caracteriza frente al resto de seres vivos. La
capacidad de crear otras realidades. Pues bien, la capacidad de crear lleva
tiempo siendo atacada bajo la bandera de lo políticamente correcto. Así, con
frecuencia, oigo decir a los artistas: “Bueno, hay cosas que no se pueden tocar
porque si no…” ¿Se están oyendo? Ante la “cobardía” de muchos creadores,
aceptando el “juego” de los nuevos
moralistas; el arte del siglo XXI se está quedando sin sustancia. Pero, no contentos
con esto; y ya envalentonados con las alas que se les ha dado, los grupos de
opinión, “por la causa de mujeres, animales, homosexuales y demás”; ahora han
decido que miles de años de arte tienen que ser revisados bajo el prisma de su
pensamiento único del siglo XXI; y, todo aquello que sea considerado insultante
para estos colectivos, deberá erradicarse y hacer que parezca como si nunca
hubiese existido. No vaya a ser que alguno de estos nuevos personajes, que se
caracterizan por tener una piel extremadamente fina y por “saber” lo que es
correcto y no correcto para todos en la historia de la humanidad; no vaya a
ser, decía, que se molesten o vean alterado su ego tan concienciado con una sociedad
que defiende a las mujeres pero las trata como si fuesen inferiores y no supusiesen
lo que quieren. Francamente, creo que muchos de estos nuevos moralistas no saben
lo que es el arte. Primero tendrían que aprender qué es el arte y, después,
dedicarse a resolver su vida sin estar tocando las narices permanentemente a
los demás. Dudo también mucho que sepan lo que es la mujer. Ahora parece una
especie protegida en vez de un ser humano en igualdad de condiciones. Una
equiparación salarial debería producirse al instante. Con qué, tan solo con que
todas las mujeres trabajadoras hiciesen un paro de unos días, el colapso sería
tal, que la igualdad salarial se convertiría en un hecho, y no habría que
marear tanto la perdiz. Un encierro permanente de los asesinos conseguiría al
menos que no siguiesen masacrando mujeres. Me olvidaba que, pobrecitos, los asesinos
también tienen derecho a integrarse de nuevo en una sociedad de la que ya no pueden
formar parte, por razones obvias, las mujeres que han asesinado. Este buenismo
a ultranza es el que dice que, un “ejemplar” de dieciséis o diecisiete años que
viola, mata y demás lindezas; es “una víctima de la sociedad”, y todos tenemos
que gastarnos el dinero en que se “haga bueno”; eso sí, con delicadeza, no vaya
a ser que el pobrecito se traumatice. Mientras, las verdaderas víctimas asisten
atónitas al espectáculo de entrada y salida de delincuentes de la cárcel, con
un aspecto que ya lo quisieran muchos currantes cuanto vuelven de vacaciones.
Estos nuevos moralistas de lo correcto y no
correcto, quieren erradicar los toros y la caza –en otro artículo es posible
que hable largo y tendido de este tema- cuando estoy seguro de que, la mayoría,
en su vida han visto ni estudiado a los animales que dicen proteger. Es curioso
que no les moleste que los perros sean torturados llevando vestidos incómodos y
siendo sometidos a inagotables horas de peluquería. Intentar convertir a los
animales en humanos; eso está muy correcto y es muy bien visto.“Los nuevos chicos de ciudad”, en su burbuja,
deciden lo que está bien y lo que está mal, sin conocer cómo funcionan los
ecosistemas, cómo los hábitats de los animales tiene sus procesos; sin saber que
si, herbívoros como jabalís y ciervos, no tuviesen un control, al no tener
depredadores naturales, se multiplicarían tanto, que acabarían con los pastos y
morirían de inanición. Sin saber que las dehesas donde pastan los toros de
lidia, son ecosistemas únicos que, si no fuesen el lugar de vida de esas reses,
al no ser adecuadas para tierras de cultivo, serían desiertos; y, sin embargo, al estar
reguladas, dan cabida a otras especies animales. ¿Quieren acabar con todo lo
malo que el ser humano le ha hecho a la naturaleza? Yo soy el primero.
Destruyamos nuestros móviles, nuestros ordenadores, nuestras ciudades; dejemos
a la naturaleza libre y volvamos a la esencia primigenia. Si ellos están
dispuesto a hacerlo, yo también. Ahora, es muy fácil decir, desde el abrigo de
mi casita, esto no me gusta, lo otro está mal, esto afecta a no sé quién; pero
yo sigo con mi móvil, mi ordenador, mi tele, mi consola de jueguecitos y con mi
perrito sometido a mis caprichos. Lo que le pasa a esta gente es que no se han
enterado de que el mundo es mucho más de lo que sus cómodas vidas muestran. Los
humanos somos seres complejos y hemos, en nuestra vanidad, arrasado un planeta con
el que, hasta hace muy poco, vivíamos en armonía. Ni soy torero, ni soy cazador.
Pero estoy seguro de que el mayor daño no lo han provocado esos señores llamados toreros, cazadores y demás elementos considerados por ellos
peligrosos. El mayor daño a los animales y a la naturaleza lo ha provocado el
progreso que todos disfrutamos y del que ellos tanto hacen uso, sin importarles
cuántas especies animales ni cuántos humanos paguen por ese bienestar.
A estos nuevos moralistas que defienden a
todo aquello que no es heterosexual en una exaltación paroxística y que miran a
ver “cuántos amigos gais tienes”; siento desilusionarles. No puedo contestar a
esa pregunta porque nunca he preguntado
a mis amigos la tendencia sexual que tienen. Sólo con los que he podido tener “derecho
a roce” (¡Que expresión tan antigua! ¡Censurado!) Salvo ellos; los demás no sé
lo que hacen con su sexo. Ni lo sé ni me importa. Para mí son personas con las
que trato independientemente de sus tendencias sexuales, políticas y demás.
Yo estaba calladito con todo esto, lo que
pasa es que me han tocado el arte. Y eso sí que no. Ahora han comenzado una
cruzada para analizar todos los rasgos sexistas, machistas, homófobos, en el
arte. Es decir; que acabarán quemando el noventa y nueve por ciento de las
obras de arte. Porque el arte no es otra cosa que el reflejo del alma y el pensamiento
de los seres humanos a lo largo de la historia. Y hemos sido lo que hemos sido.
Y somos como somos. Querer sepultar bajo el olvido todo el esfuerzo de cientos
de años de historia, es el más grave atentado que se ha querido perpetrar
contra la humanidad. Una nueva corriente recorre el mundo intentando imponer
una dictadura de lo políticamente correcto. Quieren imponer la idea de “Nosotros
somos los buenos. Todo lo que no refleje nuestro pensamiento es lo malo”. No
son más que movimientos represores que,
la inmensa mayoría de la gente, con sus silencio, con sus miedos, con sus acatar y
añadirse al buenismo, lo único que ha hecho es alimentarlos. El monstruo está
creciendo. No seré yo quien le dé una migaja. Soy un creador. Y gritaré al
mundo mi derecho a pensar y crear en libertad. No le exijo a nadie que lea mis
escritos, no le exijo a nadie que escuche mi música, no le exijo a nadie que
piense como yo, ni que sea mi amigo. Sólo les exijo a todos aquellos que sólo
piensan en erradicar, en coartar, en prohibir, en destruir; que intenten hacer el esfuerzo de cambiar su
mentalidad y piensen en comprender, investigar, mejorar, construir, crear. Yo nunca pediría para ellos una prohibición de sus ideas y manifestaciones. Pero sí les diré, a
todos estos que pululan por el mundo con la única finalidad de ser los nuevos
servidores de la moral del siglo XXI, que dejen al arte y a los artistas vivir
en paz.
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