UNA MALETA Y LA LUNA - XXXI



    La pala se hunde en la tierra seca y gravosa con violencia. El Doctor, en mangas de camisa, suda abundantemente. La acción que está realizando ha sido llevada a cabo a lo largo de la historia de la humanidad en muchas ocasiones en diversas circunstancias. Pero él se siente como aquellos profanadores de tumbas que aprovechaban la nocturnidad para levantar con sus palas la tierra que cubría los féretros en las épocas oscuras de otros siglos no demasiado lejanos y sustraer los cadáveres.  El silencio del olivar es quebrado una y otra vez por el crujido del metal al entrar en la tierra. Por fin, vislumbra la maleta de su bisabuelo que empieza a respirar del encierro al que ha sido sometida. Con ansiedad, una vez la ha liberado de su prisión, la agarra con fuerza y corre a depositarla en el maletero de su coche. Abandona el lugar mientras el polvo que levanta el vehículo se esparce en el seco ambiente del solitario olivar. Tenía que rescatar la maleta antes de que las excavadoras comenzaran a arrancar los olivos centenarios para construir la urbanización. No podía dejar que el progreso feroz profanase sus recuerdos y los de sus amigos. De no haberla recuperado, probablemente la maleta hubiese acabado despedazada bajo el ímpetu de las palas excavadoras y sus despojos dormitarían en cualquier escombrera o bajo los nuevos chalets donde los ricos disfrutarían de su bonanza ajenos al olvido de un utensilio tan vulgar e irrelevante como una vieja maleta. Mientras se aleja con su coche, observa por última vez los señoriales olivos añejos, poderosos a la luz de la luna, con sus troncos robustos, piel curtida por siglos de sueños y dolor. Un agujero abierto en la tierra rompe la homogeneidad del paraje en el que los centinelas hieráticos y silenciosos han contemplado la escena. En muchas ocasiones el Doctor ha escuchado hablar de la casona a las afueras de la ciudad que la Señora Asunción dejó a su hijo, el amante de la mujer del Doctor. Ahora tiene las llaves que ha cogido a su mujer. Está realizando en un día, lo que no ha hecho en el resto de su vida. Ella se ha deleitado describiendo esa casa donde en los inicios de la infidelidad iba con su amante. El Doctor está harto de oír hablar del enigmático ático abandonado de la planta superior que nadie visita. Ahora, en él, ha decidido depositar la maleta; dándole una segunda oportunidad a la preservación de los recuerdos en una casa que, supuestamente, lleva cerrada desde la muerte de su propietaria.

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