VED ESA ESTRELLA
Ved esa estrella. Su luz sigue brillando a
pesar de que ha muerto hace muchos años. Esa relatividad existencial hace al
hombre tan pequeño, que parece imposible la vigencia de tanta soberbia y
vanidad enseñoreando su insignificante planeta. Tal vez ese conocimiento de
finitud es lo que convierte al homo sapiens, en muchas ocasiones, en un
repugnante ser lleno de violencia, odio y desprecio a todo que no sea su “Yo”.
Así, despropósito tras despropósito, masacre tras masacre; va llenando, en
muchos casos, su existencia de cadáveres, en ocasiones físicos y en ocasiones
psicológicos, y decorando con ellos, de un modo siniestro, la superficie de un
planeta que lleva mucho tiempo herido de muerte. Acaso desde que el ser humano
se estimó lo suficientemente poderoso como para destruir la hermosa vida que
alberga la tierra. Las grandes corrientes de pensamiento político y religioso
se han ido transformando paulatinamente en hervideros de humanos llenos de
razón unos frente a otros. Lo que los grandes escritores dejaron en sus libros
para la historia, se tergiversa e interpreta de modo torticero en beneficio de
una u otra idea. El objetivo de una vida digna comienza a pasar por vulnerar
los derechos del prójimo. El mayor delito del sapiens es la pretensión fanática
de que todo el mundo piense como él, y elevar eso a ley universal, por encima
de la dignidad de los diferentes. Querer aplastar cualquier idea o forma de
vida individual en aras de una supuesta globalidad benefactora quedará para la
historia como una de las mayores atrocidades perpetrada por un sistema
envenenado en sus raíces más hondas. La historia de la humanidad ha sido
siempre el relato de una lucha constante entre pueblos, gobiernos y líderes. La
voz de los poetas se ha alzado entre los restos de sangrientas batallas para lanzar
su mensaje y perpetuar la conciencia de los que sufren en la eternidad. Hoy,
todo ha cambiado y la imagen llega a nuestros hogares con nitidez. Ya no
podemos decir que desconocemos el signo de la barbarie humana. Pero en la
vorágine del fanatismo, en los cómodos hoteles del mundo civilizado, parece no
importar demasiado a los grandes, los cadáveres de niños inocentes entre los
escombros, ni las miradas de los ancianos que ven su vida, ya hecha,
desvanecerse en guerras fraticidas. Si bien todo supuesto tiene su antagónico;
cabría esperar que el amor tuviese en el odio un antagónico menos
desproporcionado. La ética y la moral de los seres humanos en general es tan
débil y absurda, que una gran orgía de placer a nivel mundial, seguro que
movilizaría mucho más a los que mueven los hilos y les haría apresurarse a
dicta leyes restrictivas; que las constantes masacres a las que asistimos día a
día en el planeta. Aún siendo sabedor de que la crueldad es inherente al ser
humano, no puedo por menos que seguir conmoviéndome ante la total pasividad con
la que los homo sapiens actuales aceptamos asistir resignados a una degradación
cada vez mayor de las sociedades que, en pleno siglo XXI, parecen seguir
revolviéndose sobre si mismas para emprender un camino que sólo lleva a cometer
los mismos errores de tiempos pasados. La tierra puede parecernos grande; pero el
universo lo es mucho más. Sólo mirando más allá, en ese firmamento repleto de
enigmas, es posible tomar conciencia de la pequeñez que nos asiste. Así, cuando
volvamos la mirada hacia los que nos rodean, veremos la insignificancia de los
que se consideran poderosos y la grandeza de los que son humildes. Desde el día
que un homínido quedó fascinado ante el crepitar de un fuego generado por su
propio intelecto hasta hoy, lo único que ha cambiado es que, sabedores del
nuestro recorrido histórico, tenemos conciencia de los actos que realizamos y
promovemos. Ya no podemos decir que no sabemos las consecuencias que trae el
adoctrinamiento de masas y el empecinamiento de querer imponer nuestros modelos
vitales a todos como única verdad universal. Por eso ahora somos mucho más
culpables de lo que sucede. Pese a todo, nos siguen vendiendo la falacia de una
felicidad promovida por los unos, los otros y los demás allá; movilizando a las
masas ante supuestos ideales en los que nunca han creído ni creerán, mientras
llenan sus bolsillos con más dinero del que podrían disfrutar en diez vidas.
Cuando, la eventual felicidad, en el supuesto de existir, radica en nuestro
interior más profundo. Muy lejos de los billetes en curso, muy lejos de las
grandes pompas y concentraciones, muy lejos de todo aquello llamado globalidad.
Porque, ya lo dijo el poeta: “Si quieres oír cantar tu alma, haz silencio a tu alrededor” (Arturo Graf) La oigo, está cantando. Es un canto suave, leve,
sin pretensiones; parece decir: Sueña,
porque en el mundo de los sueños nadie podrá profanar tu esencia más auténtica.
Lejos, sigue rugiendo el león de la sinrazón, ensoberbecidos en su patética
fachada de palabras huecas. Mientras sueño, una estrella fugaz se precipita en
la noche. Pido un deseo. No se puede revelar. Soñar no paga impuestos… Por el
momento.
Comentarios
Publicar un comentario