Quemar un monte de forma premeditada debería estar penado con el más alto castigo que contempla la ley. Cuando un monte se quema, se extermina vegetación y fauna, tierras de cultivo y pastos, en ocasiones se destruyen casas, mueren animales domésticos y, como sabemos, también seres humanos. Además, se arrasa con ecosistemas que son el hábitat de infinidad de especies. Hay árboles de lento crecimiento que necesitan décadas para madurar y formar la masa forestal que había antes del fuego, además de para dar semillas. Quemar un monte es atentar contra la esencia misma de la vida natural y, por lo tanto, también contra toda la humanidad. En lugar de tanto ecologismo de urbanitas y de despacho, es necesario pisar el monte, caminar por los senderos, observar las estaciones, estudiar los seres vivos que habitan en él. Porque para querer algo y respetarlo hay que conocerlo. Los incendios son el último eslabón de una destrucci...